El despojo es una realidad cotidiana que padecemos todas y todos: despojo de la tierra, del agua, del aire, de la biodiversidad, de nuestros saberes, del patrimonio familiar y
comunitario,
de
los bienes comunes, de nuestros derechos individuales y colectivos, de nuestros sueños
y nuestras esperanzas. No es algo nuevo, pero en los tiempos del neoliberalismo el despojo se
ha intensificado.
Para nuestro profundo agravio, el
despojo se manifiesta también
en la descomposición social de la población de nuestro país. Sin embargo, la población no ha
permanecido pasiva ante esta barbarie: el incremento de los intentos de destrucción y robo han también
hecho crecer las
resistencias.
Los megaproyectos que se imponen se imponen sin el consentimiento de las comunidades. Nos despojan los proyectos mineros, las represas, las carreteras y ductos. Nos imponen
urbanización desordenada, desarrollos turísticos, privatización de los
servicios básicos, se adueñan de la biodiversidad y le ponen precio, comercializan
y empobrecen nuestra riqueza cultural. Son los agronegocios, los talamontes, los empresarios turísticos que se adueñan del
paisaje, el crimen organizado y el crimen de cuello blanco los responsables de este saqueo. El
despojo también
se manifiesta en quienes se apropian o buscan apropiarse del espectro electromagnético, el internet, quienes
mediante los transgénicos colonizan nuestro genoma y hasta quienes se apropian o buscan controlar nuestras ideas.
Nos despojan
los
grandes monopolios nacionales y trasnacionales.
Los gobiernos cómplices y serviles nos entregan, a cambio de unas migajas, a
la voracidad de los dueños del dinero, quienes buscan convertir en mercancía todo lo que somos y todo lo que es nuestro mundo al que pertenecemos. Bajo la lógica de este sistema se
criminaliza a las comunidades que defienden su territorio. No se castiga
a quien roba, destruye y mata, sino a quien desde la resistencia busca detener esta barbarie. La dupla criminal integrada por los dueños del dinero y gobernantes es premiada con
mayores
facilidades para continuar lucrando.
En los
últimos treinta años desde poderes institucionales y fácticos
se ha dado un desmantelamiento sistemático del Estado y marco normativo en México. Se han impuesto una serie
de reformas a la Constitución y leyes de carácter estructural, así como ratificaciones y
profundización de tratados de libre comercio, que han destruido las normas que permiten a los pueblos defender el tejido social y la vida comunitaria. La última manifestación de esta embestida es la avalancha de reformas impulsadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto. Todo este paquete de reformas coloca al país, y todo lo que en él se encuentra,
a la
venta. La ofensiva contra las comunidades campesinas tiene su expresión
más
crítica en la reforma
energética. En estas normas se han atacado sistemáticamente
mecanismos de defensa de las
comunidades movilizadas. Se eliminó el fin social de la tierra al otorgar a las actividades de
explotación de hidrocarburos y generación y transmisión de energía eléctrica preferencia por encima de cualquier otra actividad realizada sobre las tierras. Se ha facilitado la expropiación, la constitución de servidumbres y la ocupación temporal de la tierra de comunidades, de la
cual gozarán,
no sólo las
empresas productivas del
estado
(Pemex
y
CFE),
sino también capitales privados. Se ha debilitado el derecho a la consulta de comunidades indígenas hasta
protección al medio ambiente. Se han atacado las facultades del
municipio para ordenar el
territorio frente a proyectos extractivos y ahora se busca desmantelar las facultades de asambleas ejidales a partir de una contra reforma
al campo en puerta. Otras instancias de despojo se han presentado en la reforma laboral, la educativa, la
de
telecomunicaciones, entre
otras.
No podemos negar que nos han agraviado profundamente. No obstante, la historia reciente
nos
demuestra
que
la dignidad ha podido más que la barbarie, que el
saqueo y la
embestida de quienes se sienten dueños de nuestras vidas, tierras y comunes. Como muestra de las
resistencias que se han alzado en dignidad a lo largo y ancho de nuestra nación nos
encontramos una parte aquí reunidos; las
mujeres, hombres, niños, ancianos y, en general,
todas
las luchas hermanas que resisten desde distintas trincheras
a este modelo avasallador.
El poder se encuentra organizado y unido; se compactan
al momento de dar un golpe. Y
resulta que
una
de las preocupaciones fundamentales de
este
encuentro
ha
sido cómo nosotros
podemos organizarnos, unirnos y cerrar filas para enfrentar
esta embestida que nos
golpea a todos.
El despojo afecta a todas y todos, no solo a los
campesinos.
La tarea que tenemos no es poca y precisa
de reconocernos,
escucharnos y respetarnos; partir
de
la solidaridad, como compromiso, como principio permanente y sobre todo como
oportunidad generada por la lucha misma. Una tarea inaplazable es la liberación de todas y
todos los presos políticos, el regreso de las y los desaparecidos y la defensa de las y los perseguidos
por
luchar.
Si bien es necesaria la defensa permanente
de nuestros
territorios, no
es suficiente con
resistir, tenemos que ser capaces de pasar a la construcción
de
alternativas que nos permitan por un lado, mantener nuestra tierra, el agua, la vida y nuestros derechos. y por otro , la
posibilidad de desatar todos los saberes, la imaginación y la creatividad del pueblo al servicio
del pueblo.
Por supuesto que nos hemos equivocado y habrá que tener la humildad para rectificar,
asumir y aprender de nuestros errores, porque sólo de ese modo podemos avanzar en la construcción
honesta y colectiva en la
lucha.
No hay una receta para la resistencia, todas las coyunturas son distintas y todos aprendemos de todos. Volvamos a nuestras raíces;, valoremos nuestras culturas que han sido muralla de resistencia milenaria
frente a los despojadores.
Queremos heredar a nuestros hijos y sus hijos
nuestra tierra, y nuestro amor por ella.
El momento histórico que
nos toca enfrentar es
muy
complejo. Pero como los abuelos nos han enseñado a mirar el horizonte, volteamos a ver las resistencias de los pueblos que nos han
dado ejemplos. De ellas y ellos retomamos los frutos y aprendizajes para enriquecer nuestros caminos de lucha para defender nuestros territorios, levantar nuestras voces y reivindicar que existimos,
que
tenemos
derechos. Nuestra lucha es
por
la vida misma.
¡Nos negamos a tener precio! ¡Nos negamos a perder nuestra libertad, a poner nuestra tierra
en venta! La última
palabra la tiene el
pueblo.
Como se dijo aquí en Atenco: Abrazamos
el sentir de todos
los delegados
que
vienen representando a sus comunidades, organizaciones y sus luchas. Hoy no es Atenco nada más, hoy es el
llamado de la patria. Parece que somos
pocos, pero con muchas gotas se hacen las
grandes tormentas. El Frente de Pueblos
en Defensa de la Tierra somos todos.
Ustedes la defienden al estar acá.” De este Encuentro, todos nos vamos abrazados
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